domingo, 13 de julio de 2014

El Cayado de San José


      En las revelaciones a Sor Ana Catalina Emmerich se dice: La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo
la vigilancia de piadosas matronas. Esas vírgenes se ocupaban de
bordados y obras de esa clase para las colgaduras del templo y
paramentos sacerdotales; también cuidaban del aseo de los
vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino. Tenían
celditas con vista al interior del santuario, en las cuales oraban y
meditaban. Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas.


Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al
conducirlas al templo y entre los más piadosos israelitas, había el
presentimiento de que uno de estos matrimonios, produciría a su
tiempo la venida del Mesías. Habiendo pues cumplidos catorce
años la Santisima. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar. Ya no vivía Joaquín. La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas, ojos grandes, habitualmente bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada; su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad. Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse.


Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor; me acuerdo
también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para
llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.
Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de
David. Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén. Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.



Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen. Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio. Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el Santo de los Santos y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret. En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo. También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio. Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.
Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para
esposo de la santa Virgen; los sacerdotes lo presentaron a la santa
Virgen María en presencia de su madre. María resignada con la
voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.
José, hijo de Jacob, era el tercero de seis hermanos. Sus padres
moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo
fue de Isaí o Jessé, padre de David. el báculo de José, es su herencia y su derecho de acuerdo a las promesas y a las profecías. De ese báculo nos hablan las Sagradas Escrituras -como veremos- y él nos recuerda que José es descendiente de Jacob, de Judá, de Jesé, de David. José se apoya en su genealogía: en la historia de las Alianzas de Dios con sus ancestros y en las Profecías que se cumplen en el Niño Jesús, su hijo. Por eso, vemos en este báculo no sólo el bastón del pastor, del peregrino, de los patriarcas, sino también el cetro de los reyes, descendientes de David. José, que es para los hombres solamente "el carpintero", es para Dios "Hijo de David". Su cetro es su derecho de príncipe, que aunque los hombres desconozcan, Dios no olvida.
De alguna manera, el bastón es aquello en lo que alguien se apoya.
Significa aquéllo que le da seguridad y firmeza a alguien. El báculo es pues la fe de San José y su esperanza, puestas ambas en la Palabra de Dios: en Jesús y su obra.


 También La flor, como símbolo, evoca la vida. La vida del hombre en lo que tiene de bella, de hermosa, pero también en lo que tiene de efímera y fugaz, En la Sagrada Escritura leemos: El hombre es como la hierba, sus días como la flor del campo. Así florece. Un viento la marchita y ya no existe. El lugar donde estuvo no la ve más (Salmo 102, 15). Isaías, el profeta, retoma la expresión proverbial en Israel, pero proyecta sobre su melancolía una promesa de esperanza: la Palabra de Dios -sugiere- es flor que no pasa ni se marchita como las demás. Es el mensaje profético referente al Verbo que asume esta flor efímera de la carne, para levantarla por la resurrección a una condición eterna. Un mensaje que Dios le ordena al profeta que anuncie a los gritos: Una voz dice: ¡Grita! Y digo: ¿qué he de gritar? Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba... pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre. (Isaías 40, 6-8).
La palabra que da vida, es flor por excelencia. Jesús es vida y es flor. Así lo sugiere también su nombre Jesús nazareno. San Jerónimo y otros Interpretan el nombre de la anónima y olvidada Nazareth como flor. Así Jesús de Nazareth se puede leer como la Perla sobre la Flor.



 A propósito de un dibujo del báculo de San José, que se encuentra en la Capilla de San José en la Basílca del Pilar de Zaragoza.
Nicolò Grimaldi. Al ilustrisimo y Excelentisimo Señor Nicolo Duodo embajador de la Serenísima República de Venecia en Roma. En señal de humilde deferencia realizado al E. V. El dibujo del bastón de San José, esposo de María Virgen, que floreció milagrosamente en sus manos y que fue transportado por San José de Arimatea a Inglaterra. Se conserva actualmente en Napoles, custodiado por quién tiene el honor de estar siempre lleno de un profundo respeto. Roma 19 de Marzo de 1720. Caballero Nicolo Grimadi.

Nicolò Grimaldi (*1673 - †1732), más conocido como Nicolini o Nicolino fue un cantante de ópera castrado italiano. Nació en Nápoles en 1673 y su figura es fundamental en la historia del melodrama barroco pues promocionó más que nadie la ópera italiana en Inglaterra, siendo además el artista más completo de entre sus coetáneos capaz de unir la excelencia canora con un elevadísimo grado de recitación siendo considerado un óptimo cantante y actor.
 En 1700 viajó a Venecia, ciudad que lo adoptaría por varios años y que se convertiría en su segunda patria. Permaneció ininterrumpidamente ahí hasta 1708 y recogió tal admiración que en 1705 le fue dado el título de Caballero de la cruz de San Marco, inmediata consecuencia de su interpretación del Antioco de Gasparini.

Al año siguiente Nicolini viaja a Londres en una extraordinaria decisión de establecerse en esa ciudad.   Su permanencia en esa ciudad, como el hecho de haber coincidido con Haendel, contribuyeron de sobremanera a la creación de un naciente interés por la ópera italiana en Inglaterra que tuvo su culminación en la producción operística y de oratorios de Haendel. La primera aparición de Nicolini en Londres fue en diciembre de 1708, cantando en italiano y en inglés. Se trató de la ópera Pirro e Demetrio de Scarlatti.  Tras este tumultoso éxito, la actividad operística en Londres se volvió febril. En 1711 Haendel llegó a Londres con una representación de su Rinaldo que obtuvo enorme éxito. Con esta representación se inició una serie de composiciones heandelianas donde la parte del héroe era interpretada por un castrado.


El 14 de junio de 1712 Nicolini se despidió de Londres tras 4 años de permanencia y de constante triunfos con la opera Antioco de Gasparini. Luego de lo cual el cantante regresó a Venecia donde obtuvo enorme éxito en Le gare generose de Albinoni y La verita nell’inganno de Gasparini. En Venecia tuvo la oportunidad de lucir el Bastón de San José, una joya de inestimable valor que le regalara la Reina Ana de Inglaterra y que el cantante exhibió en contadas ocasiones en la fiesta del santo. 

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